¿Un nazi en el Maxim?

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1985

Por Fabio R. Castillo

La noche del 28 de octubre, para el Maxim Rock, fue poco menos que epopéyica. Desde hacía unas semanas se anunciaba un gran concierto con temática de Halloween, con exposiciones, ventas de artesanía, concurso de disfraces y rifa de una caja de cerveza. Todo eso además de cuatro bandas de rock y de metal en el cartel encabezado por Némesis.

El evento logró ser de esos de los que uno sale conversando con los amigos, debatiendo lo bueno, lo malo, compartiendo opiniones. Claro, al día siguiente, el nombre del maltratado «templo de los rockeros» aparece por todos lados acusado de violar los principios antirracistas de la política cultural de la Revolución, y con sentencia de cierre dictada sobre él.

Los hechos dicen: sí, hubo un disfraz de oficial de las SS alemanas —la policía militar de Hitler—; también es cierto que ganó el concurso de disfraces por votación del público, ¿significa, sin embargo, que el joven disfrazado, el Maxim, o los frikis son fascistas?

En realidad, el fenómeno es un tanto más complejo.

Antes de profundizar en una disección de lo sucedido, es importante tener claro que cortarse la pierna por un esguince en el tobillo, aunque efectivo, resulta más bien contraindicado. Es decir, culpar a la fiesta de Halloween por este tipo de evento puede ser cómodo, pero revela un amplio desconocimiento acerca del contexto real que vive la juventud cubana.

De hecho, si de buscar culpas se trata, basta con mirar a quien fuera que estuviera a cargo de la puerta esa noche en el Maxim. Fue esa persona quien le permitió la entrada al supuesto apologista hitleriano, justo al lado de un cartel que reza dignamente que «la casa de reserva el derecho de admisión». Fin de la historia, ya hay un responsable. Una disculpa de la dirección del lugar, una disculpa de la Agencia Cubana del Rock, una medida disciplinaria y sanseacabó.

Pero no. Porque el tema no muere ahí. No muere, sobre todo, porque lo que pasó no es sino síntoma de algo más. A nadie se le ocurriría pensar que el Maxim o la Agencia pueden ser simpatizantes de los nazis.

Entonces es deductible, los fascistas son el disfrazado y todos los que votaron por él como ganador del concurso, ¿no? Lo más probable es que tampoco. En verdad, la causa del enredo tiene toda la pinta de ser la inconsciencia.

Celebrar Halloween es poco más que una costumbre divertida, que a Cuba llegó con nombre y fecha, pero que hubiera podido surgir espontáneamente en otro momento del año. Para la mayoría, este día de finales de octubre es solo una ocasión para disfrazarse y pasar un buen momento. Si el disfraz es de algo terrorífico, mejor todavía. De ahí que alguien pueda haber pensado que un oficial de las SS era suficientemente aterrador como para la ocasión, como mismo otros se visten de asesinos en serie; todo en total desconocimiento del valor simbólico de su ropaje.

Por supuesto, aunque se estudia en la enseñanza básica, aunque abunden las películas, las series, los documentales y los testimonios de todo tipo, aunque se hable de genocidio, de campos de concentración y de exterminio, el holocausto es un hecho sumamente distante para la mayoría de los cubanos. Cuba no se involucró en la guerra, casi no recibió refugiados, incluso tuvo más que ver con la Guerra Civil Española que con la Segunda Guerra Mundial.

La desideologización, en este caso, es prácticamente lógica. Comprender a fondo el significado del holocausto requiere de otro tipo de exposición al fenómeno. En mi caso, no fue hasta que visité el Museo Nacional de la Resistencia, en Bruselas, o que conocí a un abuelo que llevaba tatuado en la muñeca su número de serie del campo de concentración que asimilé ese pedazo de historia. Ambas experiencias se encuentran lejos del diario de un joven cubano promedio.

Por si fuera poco, el disfrazado ni siquiera parecía estar del todo consciente de a qué o a quién estaba interpretando. La ropa que vestía era un uniforme de las SS, sin embargo, tanto él como una parte importante del público votante lo referenciaban como si estuviera encarnando al mismísimo Hitler. Con el brazalete rojo de la cruz gamada y un uniforme militar de la época, la asociación se hacía evidente. Sin embargo, el dictador nunca formó parte de las mentadas fuerzas paramilitares, cuyo logo se veía claramente cosido al cuello del disfraz.

Sin malinterpretaciones, el fin de este texto no es el de defender el acto, sino el de ponerlo en contexto. Lo que aconteció en el Maxim Rock no fue un acto de aceptación o alabanza a la ideología nazi, no. En realidad, fue una especie de broma insensible y de mal gusto, primero por parte de quien ideó el disfraz, luego por parte de quienes lo celebraron. Todo construido sobre cimientos de desinformación por la escasa cercanía emocional con el tema.

La misma broma en Francia, Polonia, Alemania o Bélgica, sin duda alguna, le hubiera costado una noche en el calabozo, cuanto menos.

Cabe preguntarse si un disfraz de inquisidor —tan asesinos como las SS— hubiera causado el mismo revuelo. Asimismo uno de oficial Pinochet, de Trujillo, o de sicario de Al Capone…

No, ni el Maxim, ni la Agencia, ni los frikis, ni nadie estaba celebrando el fascismo en la noche del 28 de octubre. Mucho menos cuando Mercedes Vargas, vocalista de la banda Némesis, presentó su expresa declaración en contra dela tiranía del austríaco al dedicarle su canción Tyrant (Tirano, en español)

El fondo de la cuestión, y su dimensión más triste, es que todo ocurrió en el marco de un concierto de metal. Personas e instituciones tienen ahora, de repente, argumentos para achicar el ya poco espacio que ocupamos en el panorama cultural cubano. Este tipo de hecho tan mediático también ayuda a cimentar las opiniones marginalizadoras hacia la cultura del rock y del metal, no sorprende entonces que se den cancelaciones, recortes de presupuesto o supresión de eventos en semejante marco.

El cierre del Maxim es innecesario, de eso no queda duda. Lo que sí urge es un poco de educación, pensamiento crítico y conciencia política. Por lo demás, mayor capacidad de análisis, precisión y temple en la toma de decisiones no vendría mal entre los directivos que dialogan directamente con la escena.