Por: Fabio R. Castillo
¿Qué se obtiene al mezclar en la licuadora a Hammerfall, Rhapsody y una pizca de Iron Maiden con una portada que luce como un videojuego de rol móvil? La respuesta vendría siendo una de las joyas del underground powermetalero. Lanzado el 7 de enero de 2022 por Atomic Fire Records, With the magic of windfyre steel da inicio a la carrera musical de Power Paladin.
Portada del disco. Ilustración por Skaðvaldur.
El sexteto islandés parece haber depurado su sonido quitando capas y capas de orquestación hasta encontrar el justo equilibrio entre las guitarras —que gozan de un protagonismo similar al de grandes del género, como Blind Guardian— y el a menudo intrometido teclado. En este álbum, ningún instrumento compite por la atención del oyente, sino que se toman de las manos para emprender un viaje fantástico en tierras encantadas.
¿Cliché? Sin dudas lo fuera, si no se tuviera en cuenta el torrente de energía que transmiten los reikiavikenses. La música logra emplazar a su audiencia en el centro de la aventura, con todos los matices en el sentimiento que ello implica. «Kraven the hunter», la pieza que da inicio a la escucha, lo deja entrever con una demostración de las capacidades del grupo. Los riffs de guitarra, sólidos como roca, unidos a los apoyos del teclado y la melodía vocal dejan algo claro: en el fondo, el power metal se trata de diversión.
El keytar de Bjarni Egill Ögmundsson, mezcla de teclado y guitarra, es parte esencial del sonido de la banda.
Sin embargo, como lo valiente no quita lo cortés, tampoco falta gota de dramatismo a este grandilocuente exponente de un estilo que ya es, en sí, bastante grandilocuente. ¿Coros épicos? Ahí están. ¿Galopes oscuros? A la orden. Tanto empuja esta banda que logró incorporar voces guturales en dos canciones. Esto no es nada nuevo, pero constituye un plus el hecho de que logran hacer funcionar un tropo tan usado que a menudo queda mal.
El segundo gran momento del disco llega con «Evermore», cuando el furor de la batalla se hace empalagoso y un cambio resulta necesario. No es una balada, aunque su intro a piano tiende a confundir. Más bien se presenta como un canto lleno de esperanza, como el inicio de un viaje largo a lomos de dragón. La melodía, ahora llevada por una voz más tierna que antes, respira con un ritmo menos apurado. Resulta difícil no visualizarse con una jarra de cerveza en la mano alzada, cantando a coro con todos los desconocidos de la taberna.
Decir que los músicos de Power Paladin son maestros de sus instrumentos sería declarar una obviedad. El álbum está atravesado de arriba abajo por solos de guitarra de altísimo nivel, tanto de sonido puramente neoclásico como con frases blueseras a lo heavy metal ochentero. «Way of kings» es un ejemplo soberbio. La inclusión de un keytar en la alineación parece un guiño casi humorístico, sin embargo cuando entra en acción es notable que no se trata de ningún chiste y que el grupo domina los códigos del género: la ejecución de las melodías en conjunto con la guitarra le otorgan el toque jocoso que hace de este fonograma semejante delicia.
Luego están las voces. El registro de Atli Guðlaugsson solo puede clasificarse como insano. Desde pasajes más rudos, de tenor, hasta notas inhumanamente altas sin un solo fallo. Su timbre cálido se acomoda a lo que requiera el tema, suave y sedoso en las estrofas de «Creatures of the night» y luego punzante en sus estribillos. Los coros van y vienen, nunca atronadores sino cálidos y envolventes sobre los ritmos de galope que marcan las baquetas.
Los riffs de Bjarni Þór Jóhannsson apoyan las melodías de Atli Guðlaugsson a lo largo de las canciones.
Aunque With the magic of windfyre steel no encaje del todo el la categoría de «sinfónico», sí lleva sobre sí una estampa eminentemente «clásica». Salvo el puente de «Into the forbidden forest», llevado por coros, cuerdas y metales; no existe mucha orquestación más allá del apoyo armónico del teclado.
Como prueba de la mesura, cualidad rara, pero necesaria, dentro del estilo, el disco cierra con «There can be only one», un medio tiempo que pone final ala escucha en 51 minutos y medio. Con otro canto de esperanza y rebosante de emoción concluye la entrada de los islandeses por la puerta grande.
Pasando lista: emoción, virtuosismo, diversión, mesura, complicidad con el público, cero baladas, visualidad atractiva y variedad en el sonido… Cabe preguntarse si Power Paladin no habrá encontrado la fórmula del buen power metal.